Que extraño resulta tolerar inpotente el dolor ajeno. Qué sensación tan distante al ser humano, tan inconexa, como un suspiro, como una cascada de sollozos...condenado a escucharlas eternamente.
Ayer por la noche viví uno de los momentos más extraños de mi deriva existencial. Imaginad un barco, cerrado y sin ventanas. Asientos como único resquicio de cordura, como último asidero a una vida que se escapa por minutos. Imaginad una noche, oscura, muerta la luna por un opaco muro de vapor asesino de agua y electricidad. Imaginad a cientos de almas suplicando en su negra soledad por que todo aquello acabara, muchos de ellos hubieran firmado una muerte más digna. Creedme, nada hay más desgarrador que aquello, voces resignadas, últimos estertores de una vida que se escapa...centenares de niños, entre todos ellos.
Cada milla que recorría la embarcación era una milla menos hacia la salvación, hacia la paz de la muerte y sin embargo una muda desesperación recorría los cuerpos, inertes, tumbados en mil posturas, todos ellos en el suelo. Y uno no podía más que gestionar con habilidad sus escasas fuerzas, todo por aguantar una milla más.
Lo peor, el sonido de tamaña agonía, gargantas desechas por la bilis que suplicaban por un certero verdugo que los aliviase de su demencia.
He llegado a Barcelona.
Un abrazo a todos
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1 comentario:
me encanta!! a pesar del declive de felicidad, que al menos percibo en la exposicion de tus palabras, solo puedo decir que de esa belleza tan canonicamente despreciada, sin duda esconde se esconde la verdadera virtud que la determina sin ser determinada y hace de una explicación una obra de arte. Brutal texto. A ver si se animan los demas. Benvingut. Esta semana grabamos when the moon goes down.
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